Memorias
de Electra (Orellana & Orellana editores, 1984) de Mariela
Dreyfus (Lima, 1960) se inscribe en una línea de reescritura crítica del mito
clásico desde una perspectiva contemporánea y feminista; no como mera
actualización temática, sino como una operación de desmontaje simbólico que
interroga las matrices de poder, la genealogía del deseo y la violencia
inscrita en la memoria cultural. El poemario no busca restituir la figura
trágica en su forma original, sino fracturarla; Electra aparece como archivo,
como resto y como voz que recuerda desde un cuerpo atravesado por la historia: “Benditas
sean las muchachas/ que usan rouge y rimmel/ beben vino con altos oficiales…”
Enel plano temático, el mito funciona como dispositivo
y no como ornamento. Electra no es solo hija, hermana o vengadora: es sujeto de
memoria que articula una subjetividad escindida entre la herencia patriarcal y
la necesidad de una palabra propia. Dreyfus desplaza el eje de la venganza
hacia el recuerdo; la memoria, más que el acto, se convierte en el espacio de
conflicto. Así, el poemario problematiza la transmisión del trauma —familiar,
simbólico y cultural—, planteando que la repetición del mito es también una
forma de violencia, pero que su reescritura puede devenir gesto crítico.
Formalmente, el libro se caracteriza por una escritura
fragmentaria y tensional. El verso se presenta a menudo quebrado, con cortes
abruptos y silencios significativos; el uso de encabalgamientos, pausas
internas y desplazamientos sintácticos genera una prosodia irregular que
reproduce el carácter dislocado de la memoria. La voz poética no avanza de
manera lineal; se interrumpe, se repliega y retorna, como si cada afirmación
estuviera atravesada por la sospecha de su propia insuficiencia. En este
sentido, la forma no ilustra el contenido, sino que lo encarna.
Un rasgo central del poemario es la corporalidad del
lenguaje. El cuerpo femenino aparece como lugar de inscripción del mito y, a la
vez, como espacio de resistencia. No se trata de una corporalidad idealizada;
es un cuerpo herido, deseante, a veces opaco, que habla desde la fisura. El
lenguaje, entonces, asume una función ambivalente: nombra la herida, pero
también evidencia sus límites; dice y, al mismo tiempo, muestra lo indecible.
Este gesto sitúa la escritura de Dreyfus en una tradición crítica que entiende
la poesía como campo de fricción entre experiencia y representación.
Asimismo, Memorias de Electra establece un
diálogo implícito con discursos psicoanalíticos y filosóficos —especialmente en
torno a la figura de Electra como construcción simbólica del deseo femenino—,
aunque sin subordinarse a ellos. El poemario no teoriza; dramatiza. La memoria
aquí no es un ejercicio de reconstrucción fiel del pasado, sino una práctica de
relectura que desestabiliza los relatos heredados. El yo poético se configura
como una instancia que recuerda para interrogar, no para reconciliar.
Desde una perspectiva crítica, puede afirmarse que el
libro asume el riesgo de una escritura exigente, poco complaciente con el lector.
La densidad simbólica, la fragmentación discursiva y la insistencia en la
herida pueden generar una experiencia de lectura tensa; sin embargo, es
precisamente en esa tensión donde reside su potencia. El poemario no ofrece
clausura ni redención —guion largo—, ofrece, más bien, una persistencia del
conflicto como forma de lucidez.
Debo concluir afirmando que Memorias de Electra
es un texto que articula mito, memoria y cuerpo en un proyecto poético de alta
densidad crítica. Mariela Dreyfus propone una reescritura que no busca salvar a
Electra, sino escucharla; no como figura ejemplar, sino como voz atravesada por
la historia y el lenguaje. El resultado es un poemario que interroga la
tradición desde sus fisuras y que confirma la poesía como un espacio
privilegiado para pensar —con rigor y con riesgo— la relación entre memoria,
poder y subjetividad.
Puntuación: Bueno
Presentación: Bueno
Género: Poesía
Leído: 23 de octubre del 2025

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