Lo
que primero llama la atención en la lectura de la novela El Palco vacío (Ediciones Siruela, 1995) de Paola Capriolo es el
extraño narrador dubitativo pero también aquiescente que va deshilando la
historia para desarrollar en el lector las sensaciones de vacíos e
incertidumbres. Esta voz escrupulosa medita, de vez en cuanto, sobre las leyes
narrativas, o en particular, sobre la pertinencia de seguir con Vulpius, el
protagonista, o demorarse en movimientos corales de los personajes subalternos.
Estas características que aparecen en la novela de Capriolo son frecuentes en
diferentes novelas postmodernas por
su cuestionamiento sobre la verdad que puede existir en un texto literario.
El palco vacío tiene una filiación de ser considerado un texto metaliterario. Primero porque el narrador logra
registrar su voz en la ambigüedad o en una anunciación de lo poco fiable. Él
instituye entre él y el lector la complicidad de sus defectos (o de sus
caprichos), acaso ese propósito de hacerse perdonar es la imposibilidad de
establecer una clara estrategia con que enfrentar la historia que se quiere
contar, y también desviar las zonas no resueltas, acentuando en la voz
narrativa la confianza en la fantasía del lector. Lo segundo giraría en torno
al personaje principal de la obra que es un actor, que dice llamarse Vulpius;
un joven que si bien aún no representa los personajes principales dentro del
elenco, sin duda es -o podría haberlo sido- uno de los más promisorios para
tales desempeños. Vulpius en principio no sabemos nada, salvo que en su destino
hay algo que merece ser narrado y que en la singularidad de los acontecimientos
que lo delinearon se esconde un misterio, difícil ahora de reconstruir. Para la autora la mirada
es la llave que conduce al misterio.
Una novela interesante por su construcción y porque refleja el espíritu de nuestro tiempo.
Una novela interesante por su construcción y porque refleja el espíritu de nuestro tiempo.
Presentación: Buena
Puntuación: Buena
Género: Novela
Leído: 11 de Junio del 2014
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