jueves, 26 de junio de 2025

El ciervo en la carretera y otros poemas

El ciervo en la carretera y otros poemas (Borradores editores, junio 2023), de Xavier Echarri (Lima, 1966), se configura como un corpus lírico que despliega, con notable consistencia estética, un universo poético de clara vocación onírica, profundamente introspectivo y en constante diálogo con la fragilidad de lo humano. La propuesta del autor transita —con admirable madurez lírica ahora que podemos ver publicado la mayoría de sus poemas después de un silencio prolongado (1996-2017)— por distintas etapas temáticas y estilísticas que, lejos de fragmentarse, se cohesionan en torno a una cadencia versal de impronta meditativa y sutilmente musical. La obra, por tanto, puede leerse como un viaje a través de los umbrales del sueño, del recuerdo y del tiempo, donde la palabra poética se erige como espacio de revelación y resistencia.

Desde el título mismo, Echarri nos introduce en una atmósfera ambigua y poética: el “ciervo en la carretera” se erige como una imagen que condensa la tensión entre lo salvaje y lo civilizado, entre la irrupción de lo natural —casi totémico— y el tránsito humano. Esta figura liminar —el ciervo, detenido o muerto en medio del asfalto— deviene símbolo de lo sagrado que ha sido profanado por el devenir contemporáneo; una alegoría de la belleza expuesta, herida o sacrificada por la velocidad del mundo moderno.

En este sentido, la poética de Echarri se aproxima al sueño como campo de experiencia ontológica. El mundo onírico que configura no se reduce al simple surrealismo de imágenes inconexas, sino que se presenta como una lógica alternativa —una gramática del alma, si se quiere forzar el término— donde los recuerdos, las visiones y las intuiciones conviven en un tiempo suspendido. Así, el poema se convierte en un umbral: se sueña para entender y se escribe para recordar ese sueño. Como en los paisajes mentales de Yves Bonnefoy o los jardines de Juan Eduardo Cirlot, el espacio poético en Echarri se pliega sobre sí mismo: es íntimo, fragmentario y ritual.

Mi propuesta es que el poemario puede leerse en tres grandes movimientos líricos —aunque no necesariamente en orden lineal— que configuran una evolución de la voz poética desde lo elegíaco hacia lo contemplativo, sin renunciar nunca a la dimensión ética de la mirada.

Primera etapa: lo elegíaco y la pérdida. En varios poemas del conjunto, la experiencia de la ausencia se articula en clave elegíaca, con un tono contenido, donde el dolor no es exaltado, sino asumido como parte de la materia misma del lenguaje. Aquí el yo lírico recuerda —con distancia melancólica— figuras del pasado, escenas veladas por la niebla de la memoria o presencias ya disueltas, pero que aún laten en el hueco de los versos. La pérdida se expresa no como clamor, sino como murmullo.

Segunda etapa: la contemplación de lo cotidiano. Echarri encuentra en los objetos simples —una taza, una lámpara encendida al amanecer, una carretera desierta— la posibilidad de lo sagrado. Esta es quizá la zona más heideggeriana de su poética, donde el “habitar poéticamente” el mundo se vuelve acto de resistencia ante el olvido del ser. La mirada del poeta se posa en lo menor para desvelar lo mayor; la revelación, en estos textos, ocurre en el pliegue de lo común.

Tercera etapa: la apertura a lo trascendente. En los poemas finales —o en aquellos que asumen una vocación más metafísica— la voz poética se vuelve más abstracta, pero también más ligera. El lenguaje se hace aire y ritmo. Se asiste a un progresivo desprendimiento de lo anecdótico en favor de una visión más universal, aunque no por ello menos emotiva. Hay una búsqueda de sentido que no se resuelve en certidumbre, sino en pregunta.

Debo subrayar que lo más importante de su corpus poético es la atención que Echarri presta a la musicalidad del verso. Aunque el autor no recurre a la métrica tradicional ni a la rima fija, cada poema revela un oído agudo para el ritmo y una respiración interna que estructura el sentido. Los encabalgamientos —frecuentes, pero no arbitrarios— generan una cadencia que imita la voz pensante, titubeante, casi meditativa, del sujeto lírico. El verso libre se convierte aquí en forma ética: libertad formal que respeta la singularidad de cada palabra.

El uso de pausas —construidas a través de comas, puntos y comas, y silencios tipográficos no al estilo de Mallarmé, pero intuyo a lo Emily Dickinson— evidencia una conciencia del poema como partitura. El poema se escucha tanto como se lee. En algunos textos, la ruptura del verso se acerca a una fragmentación de tipo zen, donde cada línea guarda un mundo que no necesita explicación: apenas se enuncia, y eso basta.

Echarri parece suscribir aquella afirmación de Paul Celan según la cual el poema es un “envío” que se lanza hacia un tú, sin garantía de llegada. De ahí que la cadencia en sus versos no busque convencer, sino conmover —no con la intensidad del grito, sino con la persistencia de una voz que susurra desde el sueño desde la conciencia de sobrevivir.

El ciervo en la carretera y otros poemas se inscribe en una tradición poética que, sin renunciar a la emoción, se construye desde una ética de la precisión y del silencio muy escasa en la tradición poética peruana. La obra de Xavier Echarri interpela no solo por lo que dice, sino por lo que sugiere —por lo que deja en suspenso. Su mundo onírico no es evasión, sino una forma alternativa de conocimiento; sus etapas líricas, un recorrido del alma a través del tiempo; y su cadencia, la huella de una voz que —como el ciervo— aparece, se detiene un instante en la carretera del mundo, y desaparece. Pero deja marca. Y esa marca —leve, sí, pero indeleble— es lo que define a la verdadera poesía.

Puntuación: Bueno

Presentación: Bueno

Género: Poesía

Leído: 1 de enero del 2025


miércoles, 25 de junio de 2025

En el hocico de la niebla

 


Jorge Pimentel (Lima, 1944), figura central del movimiento Hora Zero y una de las voces más radicales y provocadoras de la poesía peruana contemporánea, despliega En el hocico de la niebla (Colección El Mirador, 2007) un arte poético que desafía toda convención estética e ideológica. Este poemario, que se inserta dentro de la tradición neovanguardista latinoamericana, representa un punto de inflexión en la obra del autor: más sombrío, más desesperado, más visceral. Es, ante todo, una escritura del límite —de la lengua, del cuerpo, del pensamiento— que pone en escena una subjetividad escindida, en constante enfrentamiento con la historia, la sociedad y su propio vacío.

Pimentel hace estallar el lenguaje poético desde adentro. No busca embellecer ni elevar el verbo; por el contrario, lo arrastra hacia lo informe, lo precario, lo abyecto. El título mismo —En el hocico de la niebla— sugiere una visión animal, confusa y alucinada del mundo. La niebla, recurrente imagen en la poesía peruana (valga recordar a Eguren o Vallejo), ya no representa una atmósfera melancólica o introspectiva; aquí se transforma en una entidad hostil, ciega, devoradora. El hocico, por su parte, alude al cuerpo bestial del lenguaje, al lugar donde la palabra se quiebra, gruñe, escupe.

En cuanto a la forma, el poema corto y poco característico en sus libros anteriores —estructura dominante en el libro— permite una respiración agónica, a ratos frenética, que se sostiene a través de enumeraciones caóticas, imágenes de alto voltaje simbólico y saltos sintácticos que desarticulan la gramática convencional. El resultado es un discurso poético que se desliza —no sin violencia— entre la denuncia política, la desolación existencial y la profecía apocalíptica.

Uno de los ejes temáticos más contundentes del libro es la representación del cuerpo como territorio de fractura y contaminación. A diferencia de otros autores de la tradición peruana que tematizaron el cuerpo desde la nostalgia o la mística, Pimentel lo muestra herido, degradado, en proceso de putrefacción. Este cuerpo no es solo físico, sino también simbólico: es el cuerpo social, el cuerpo político de un país desgarrado por la violencia, la injusticia y la desesperanza.

La ciudad —Lima, pero también cualquier urbe latinoamericana— aparece como un espacio de ruina y delirio. No hay en estas páginas una mirada idealizada sobre lo popular o lo marginal; lo que se observa es una cartografía del desastre: calles infectadas, muchedumbres fantasmas, paredes que “escupen sangre”. La palabra poética se convierte, en este contexto, en un instrumento de denuncia, pero también de resistencia: un cuchillo, un vómito, una plegaria disonante.

En términos políticos, el libro debe leerse como una crítica radical a la institucionalidad, al discurso de poder y a las ideologías de salvación. Publicado a inicios del año dos mil —en medio de una desesperanza hacia el nuevo milenio—, En el hocico de la niebla se distancia de toda retórica revolucionaria simplificadora. No hay en él esperanza ni redención: solo el testimonio de un sujeto que observa el derrumbe y lo canta con una rabia lúcida, casi sagrada.

A nivel filosófico, el poemario plantea una meditación oscura sobre el tiempo y la muerte. Pimentel no propone una metafísica ni una teología del sufrimiento; más bien, construye una mística negativa cercana por momentos a la desesperación nietzscheana o al sinsentido beckettiano— en la que el sujeto poético se funde con la entropía del mundo. El lenguaje, entonces, ya no sirve para comunicar —por ello, la brevedad y el lenguaje directo y fracturado—; sirve para exponer la cisura, para registrar el ruido, para habitar la caída.

Los poemas avanzan —o se derrumban— como una alucinación febril. Hay voces múltiples, disonancias, letanías que se repiten como mantras distorsionados. El yo lírico, lejos de ser una identidad fija, es un punto de fuga, una grieta por donde se filtra la violencia del entorno. En ese sentido, el libro dialoga tanto con la tradición maldita europea (Rimbaud, Artaud) como con la estética barroca latinoamericana, entendida no como exceso decorativo, sino como explosión formal ante lo informe de la realidad.

Debo concluir mi comentario afirmando que En el hocico de la niebla no es un libro cómodo ni complaciente. Es, más bien, una experiencia poética al límite —de la razón, del lenguaje, de la sensibilidad— que exige del lector una disposición radical: escuchar el gemido de la lengua, sentir la herida del mundo. Jorge Pimentel, con este poemario, confirma su lugar como uno de los poetas más incómodos y necesarios del Perú contemporáneo. Su escritura no consuela; perturba. No construye; dinamita. Pero en ese gesto destructivo, revela una ética: la del que no se resigna al silencio, la del que, aun aullando desde la niebla, insiste en nombrar lo innombrable.

Puntuación: Bueno

Presentación: Bueno

Género: Poesía

Leído: 18 de mayo de 2025

martes, 24 de junio de 2025

Estudio sobre la acción y la pasión


Estudio sobre la acción y la pasión (Libros del Macho Cabrio, 1987) de Oswaldo Chavone (Arequipa, 1953) constituye una propuesta poética que tensiona los límites entre el lenguaje lírico y la reflexión filosófica, donde el título no solo delimita un marco conceptual —casi científico—, sino que opera como una declaración de intenciones: no se trata de una poesía entregada a la pura emotividad, sino de una indagación sistemática, casi experimental, sobre las posibilidades del acto, del gesto y del sujeto en el espacio simbólico de la palabra.

Desde sus primeros versos, Chavone establece una relación rigurosa con el lenguaje. Su escritura —depurada, precisa, casi quirúrgica— rechaza la ornamentación y se instala en una economía expresiva que recuerda ciertos postulados del objetivismo norteamericano, pero con una inflexión profundamente latinoamericana. La puntuación —empleada con un rigor casi matemático— organiza un ritmo contenido, medido, que impide el desborde pasional sin anular, por ello, la intensidad afectiva que subyace. Es decir, la emoción está, pero sometida a una geometría del pensamiento.

En este sentido, el uso de los signos de puntuación cumple una función estructural —más que meramente sintáctica—: la coma fragmenta el discurso para introducir matices; el punto y coma articula unidades de pensamiento que se expanden sin romper la coherencia; los dos puntos funcionan como umbrales que introducen revelaciones o giros conceptuales; y el guion largo aparece, ocasionalmente, para abrir espacios de digresión o de ironía contenida. Esta construcción meticulosa contribuye a una atmósfera de contención reflexiva, en la que cada palabra parece sopesada, medida, interrogada antes de ser inscrita en la página.

Por otro lado, a propuesta poética gira en torno a un eje temático que lo atraviesa de principio a fin: el acto. No como acontecimiento espectacular, sino como gesto mínimo, cotidiano, incluso imperceptible. Chavone se pregunta —sin enunciarlo directamente, pero dejando que el poema lo sugiera— qué es actuar en un mundo saturado de discursos y simulacros. Así, la acción se convierte en un problema ontológico: ¿es posible un acto auténtico? ¿Puede el sujeto escapar del automatismo, del reflejo, del condicionamiento?

Esta tensión se encarna en una poética del fragmento y del silencio: los poemas, en su mayoría breves, no buscan clausurar el sentido, sino dejarlo abierto, como si la acción misma no pudiera ser completamente representada. En este marco, el poema no afirma —interroga—. Y esta interrogación no se articula desde la retórica tradicional de la pregunta, sino desde la disposición misma del lenguaje: cortes, repeticiones, desplazamientos semánticos, quiebres sintácticos. Todo en Estudio sobre la acción y la pasión apunta a desmontar la idea de que el poema es un producto acabado. Más bien, es una operación en curso —un estudio, en efecto— sobre el modo en que la palabra se aproxima, se aleja, roza o fracasa ante la acción.

A diferencia de cierta poesía contemporánea que explora lo íntimo desde la confesión directa, Chavone trabaja con una subjetividad desplazada, casi ausente. El “yo” que aparece en estos textos no es un centro unificado, sino un dispositivo en constante descomposición: no habla, sino que es hablado; no decide, sino que se interroga. Esta estrategia permite que el poemario funcione como una crítica a las formas convencionales de representación del sujeto lírico, a la vez que introduce una ética de la incertidumbre.

La mirada crítica —si bien no panfletaria— está presente en cada página, sobre todo en su desconfianza hacia los grandes relatos, los automatismos de la percepción, los discursos que organizan lo real. En este sentido, el poemario dialoga con la filosofía contemporánea —particularmente con el pensamiento posfundacional—, sin dejar de inscribirse en una tradición poética que, desde César Vallejo hasta Blanca Varela, ha hecho del desajuste entre lenguaje y mundo un territorio fértil para la exploración estética.

En suma, Estudio sobre la acción y la pasión es un poemario exigente, de lectura pausada y reflexión sostenida. Su propuesta estética —más cercana a la escritura ensayística que a la lírica emocional— subvierte las expectativas del lector contemporáneo, habituado al efectismo o la inmediatez. Chavone propone, en cambio, una poesía que piensa, que duda, que se interrumpe; una poesía que no busca respuestas, sino que intensifica las preguntas. En tiempos donde la aceleración domina todos los órdenes de la vida, este libro invita —y exige— una lectura lenta, como si cada verso fuera un acto en sí mismo: frágil, inestable, pero decisivo.

Puntuación: Bueno

Presentación: Bueno

Género: Poesía

Leído: 22 de mayo de 2025

 

Hijo de Jesús


Hijo de Jesús (Random House Mondadori, 1992) de Denis Johnson (1 de julio de 1949 - 24 de mayo de 2017) construye una obra profundamente inquietante que se inscribe en la tradición de la narrativa norteamericana marginal, evocando la sensibilidad de autores como Raymond Carver y Charles Bukowski, pero con un lirismo más sombrío y perturbador. El libro —una colección de relatos interconectados narrados por un mismo protagonista, conocido solo como Fuckhead— presenta una visión descarnada de los márgenes de la sociedad estadounidense, con personajes atrapados en la espiral del alcoholismo, la drogadicción y la desesperanza existencial. No obstante, lo que hace de esta obra una pieza singular es la manera en que Johnson logra extraer belleza —una belleza trágica, ambigua, a veces hasta redentora— de ese paisaje humano devastado.

A pesar de estar compuesto por cuentos independientes, Hijo de Jesús puede leerse como una novela de aprendizaje invertida —una bildungsroman degradada— en la que la supuesta evolución del personaje principal no conduce a la madurez, sino a una forma paradójica de comprensión del dolor, el absurdo y la fragilidad humana. Los relatos están narrados con una lógica episódica, casi onírica, que diluye las fronteras entre la realidad, el delirio y la alucinación inducida por las drogas. Este desdibujamiento narrativo, lejos de ser un defecto, se convierte en el principal recurso estilístico para representar el estado mental del narrador: fragmentado, confuso, pero profundamente perceptivo en lo emocional.

Johnson escribe con un estilo que oscila entre lo coloquial y lo poético —una prosa cargada de imágenes potentes, frases que parecen emerger del subconsciente, y una economía verbal que recuerda al minimalismo, aunque con destellos de misticismo caótico. Las frases no siguen siempre una lógica lineal; en ocasiones, irrumpen con fuerza disruptiva: “Y me di cuenta de que me había vuelto loco, y que estaba mentalmente enfermo, y que me había metido en un estado en que mi corazón estaba roto”. Esta forma de narrar —aparentemente caótica pero cuidadosamente calibrada— reproduce el flujo interior del pensamiento en crisis, evocando al mismo tiempo el lirismo del alma en ruina y una visión casi bíblica del sufrimiento humano.

Po otro lado, uno de los temas recurrentes en el libro es la redención —o, más bien, su imposibilidad. El título mismo, Hijo de Jesús, sugiere una ironía teológica: el narrador, lejos de ser un modelo de virtud cristiana, es un testigo fallido, un apóstol desviado que transita por un mundo en el que la fe ha sido reemplazada por la necesidad inmediata de alivio —sea este químico, afectivo o ilusorio. Sin embargo, Johnson introduce momentos de gracia —breves, ambiguos, pero profundamente humanos— que permiten vislumbrar la posibilidad de redención no como una certeza metafísica, sino como un gesto mínimo: un acto de bondad, un recuerdo luminoso, una mirada sincera entre dos seres perdidos.

En su conjunto, el libro puede leerse también como una crítica subterránea a la América de los excluidos: vagabundos, adictos, criminales menores y almas errantes que viven al margen de un sistema indiferente. Johnson no emite juicios morales explícitos; sin embargo, su mirada es profundamente ética: hay en su escritura una compasión que no idealiza ni romantiza la marginalidad, pero que la reconoce como parte constitutiva del drama humano. En este sentido, Hijo de Jesús puede ser entendido como un evangelio apócrifo del fracaso moderno: una serie de parábolas rotas donde el amor, la pérdida y el sufrimiento conforman la única liturgia posible.

Concluyo con afirmar que Hijo de Jesús es una obra que conmueve por su brutal honestidad y por su capacidad de encontrar belleza en lo abyecto. Denis Johnson ofrece una visión poética del infierno cotidiano —una poética de la ruina, si se quiere— que desafía tanto al lector como a las convenciones del relato corto. Lejos de ofrecer respuestas o moralejas, el libro deja una estela de incertidumbre espiritual y emocional que lo convierte en una de las obras más singulares y conmovedoras de la literatura norteamericana contemporánea. El lector —como el narrador— no termina redimido, pero sí transformado por el contacto con lo humano en su forma más desnuda y esencial.

Presentación: Bueno

Puntuación: Bueno

Género: Cuentos

Leído: 5 de mayo del 2025


 

martes, 22 de abril de 2025

La leyenda del santo bebedor

 

La leyenda del santo bebedor (Libros del Zorro rojo, 2014) de Joseph Roth (Brody, Imperio austrohúngaro, 2 de septiembre de 1894 - París, 27 de mayo de 1939) e ilustrado Pablo Auladell (Aliante, 1972), se trata de una novela breve —unas treinta páginas—publicada en 1939, a título póstumo, por Allert de Lange Verlag, uno de los principales editores de los escritores del exilio alemán, en Ámsterdam.  El texto pone en escena un vagabundo alcohólico, Andreas, que se esfuerza en devolver una suma de dinero, pero no lo consigue debido a su adicción a la bebida. Joseph Roth escribió este texto mientras vivía sus últimos meses en su exilio en París, angustiado por la pobreza y el alcoholismo, de allí su misticismo y la consideración de que el texto sea lo mejor que lo escribió. Por mi parte siempre he creído que La marcha de Radetzky (1932) es su mejor novela dentro de su corpus.

Puntuación: Bueno

Presentación: Muy bueno

Género: Novela

Leído: 20 de abril del 2025

 

Mecanismo interno - Ensayo 2000-2005


Mecanismos internos. Ensayos 2000-2005 (Random House Mondadori. 2007) de J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 9 de febrero de 1940) es una colección de ensayos de J.M. Coetzee que explora la vida y obra de varios escritores del siglo XX. Estos veintiún ensayos, originalmente publicados en la revista The New York Review of Books y otros medios, ofrecen una mirada crítica y analítica a autores como Samuel Beckett, Günter Grass, Arthur Miller, Gabriel García Márquez y Philip Roth. Las características del análisis del Premio Nobel en su puntualidad en la traducción y en algunos datos contextuales que rodean a las novelas analizadas. Sus artículos no los considero una invitación a la lectura —la gran mayoría— para el público en general sino una propuesta académica sobre el mismo. Por ello, en muchos de ellos el texto se vuelve detallista y especializado. A pesar de lo mencionado, existen análisis memorables que te invitan a acercarte a los libros descritos.

Puntuación: Bueno

Presentación: Bueno

Género: Ensayos

Leído: 11 de abril de 2025

jueves, 10 de abril de 2025

Un amor en que aun

Un amor en que aun (Unión libre editores, 2000) de Armando Arteaga (Piura, 1951) encontramos en el texto el tratamiento del amor cautivador que circunda desde lo cotidiano, la ironía en el verso exacto y una dejadez hacia la profundidad que denota una incertidumbre grata al momento de su lectura. El poeta subraya la insistencia de la vinculación de la poesía con la ciudad, la poesía y el cuerpo como forma de reconocimiento y como salvación ante la cotidianidad: “La calle por donde tu vienes/ no encuentra sino tu ausencia”. Debemos también insistir que Amando se aleja del canon de su generación para darle privilegio a su propia propuesta poética. Un poeta interesante y urgente para su lectura.  

Puntuación: Bueno

Presentación: Bueno

Género: Poesía

Leído: 2 de enero del 2025