La ciudad y los perros (Editorial Seix Barral, 1962) de Mario
Vargas Llosa (Arequipa, 1936), novela escrita a los veintitrés años, sorprende
por su ritmo, la construcción de los personajes, la técnica y la del poder en
un microespacio discursivo. También la fábula intrínseca de convertir a los
personajes, al transcurrir la lectura de la novela, en animales que subsisten
mediante la violencia. Leoncio Prado se convierte así en un microcosmos de
nación, los militares en gobernantes ideologizados y los cadetes en sujetos
oprimidos por una idiosincrasia llamada corrupción y un silencio convenido. Por
otro lado, el Jaguar construye una moral compleja e inclasificable que
considero repercute en la validación de esta tipo de sociedad que se desarrolla
en la novela: la lealtad se configura como un acto de valentía, asumir responsabilidades
ajenas y el silencio como honor ante la circunstancia contradictoria. Ese acto
de “lealtad” termina siendo favorable, al final de la novela, para el Jaguar:
se queda con Teresita –relacionada con Arana primero y luego con Fernández- y
consigue ser ingeniero, profesión que añoraba ser “El poeta”. Lo desfavorable,
contrariamente, le ocurre al Fernández –a pesar que buscó la justicia, se enfrentó
al régimen y asumió sus malas acciones contra Arana. La ciudad y los perros, sin lugar a dudas, es la gran novela de la
literatura peruana y una que mejor describe nuestra sociedad.
Puntuación: Muy bueno
Presentación: Muy bueno
Género: Novela
Leído: 28 de abril del 2022
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